Cuando él se lo dijo la primera reacción de ella fue soltar algo parecido a una risa, finita, como las que se construyen espontáneamente frente a una ocurrencia que no se terminó de comprender. Después, durante un instante, al notar que en él no había ninguna reacción, ni el más mínimo gesto que desmintiera lo que había dicho, ella quedó desconcertada, la mirada fija, haciendo equilibrio en la desesperación. Un instante antes de que se precipitara hacia el fondo de su taza de café vacía, le pedí la cuenta al mozo y le di un último trago al whisky.