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Conversaciones en la frontera: Museo José Antonio Terry

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Por Esteban De Gori

El Museo Nacional José Antonio Terry se encuentra en Tilcara (Provincia de Jujuy, Argentina). Se ubica en frente de la plaza principal. Posee un lugar importante en la dinámica comunitaria y en los intercambios sociales. No es un museo tradicional que espera solo ser visitado sino que “sale” a buscar el arte, a cobijarlo, que va por las percepciones sobre las diversas estéticas locales y nacionales y que intenta “capturar” una experiencia social atravesada por prácticas artísticas.

Una parte del mundo andino transita por sus interiores. El diseño de esa búsqueda se sostiene en la política y gestión cultural de su Director, Juan Ignacio Muñoz, quien buscó respuestas y trayectorias en la historia del museo, en la de su propio fundador y en la de sus anteriores gestores y gestoras. Inició un viaje al interior de archivos que habitaban esa casa que Terry transformó en Museo.  Esa “inmersión” histórica lo ayudó a promover una gestión cultural creativa. El “Terry” es un gran “vaso comunicante” que conecta los pulsos artísticos en Tilcara y la Quebrada.  Es un museo de “frontera” como lo denomina su Director, pero posee resonancias hacia otras provincias del Norte. La Revista Be Cult llegó hasta Tilcara y conversamos con Juan Ignacio Muñoz,  que “cuida” la obra de Terry y gestiona un Museo Nacional donde su vida cultural se experimenta como un arte viviente y comunitario.  Una gestión que tiene escuchas “bicéfalas”, por un lado, hacia los y las habitantes de Tilcara y la inmensa Quebrada, y por otro, hacia un turismo incesante que no deja de sorprenderse por la belleza y las propuestas que allí encuentra. 


 

¿Cómo se piensa un museo en una ciudad turística?

A los museos -y a las instituciones en general- les pasa que cuando están en eso que llaman “destino” turístico, suelen terminar orientando sus propuestas principalmente a ese público visitante, de paso y un poco apurado, que es el turista. Estos lugares, para muchas personas, no son destinos, sino que son su origen, el lugar donde nacieron, y/o donde viven diariamente. Cuando los gobiernos no tienen una planificación y una regulación del desarrollo turístico que cuide el impacto de esta industria sobre la cultura y el patrimonio de las comunidades locales y las haga partícipes en justa medida de los beneficios económicos que genera, termina pasando lo que hoy pasa en la quebrada de Humahuaca: gentrificación, concentración empresarial, migración de las poblaciones a zonas periféricas, pérdida de la diversidad productiva, turistificación y vaciamiento de la cultura. Los museos también sufren este proceso y se vuelven museos para turistas. Eso es más fácil que ser un museo para la propia comunidad que, como tal, tiene conflictos, tensiones, demandas y usa el museo de una manera que a veces nos incomoda. Es más fácil ser un museo para un público predecible, que no tenés que salir a buscar y que sabés que no va a volver mañana. Además, cuando el público cambia todo el tiempo el museo no necesita cambiar. 

A mí me gustó esa idea que planteaste en otra entrevista donde el museo se presenta como un espacio para ser habitado. 

Sí, la pandemia nos sirvió porque hizo foco en esto. Nos obligó a movernos en un circuito más local, de “cercanía”. En ese momento en que tenían que abrir únicamente los negocios y las instituciones “de primera necesidad” empezamos a preguntarnos con el equipo ¿cómo hacer un museo de primera necesidad? Uno que los vecinos y vecinas de Tilcara necesiten que esté abierto. ¿Cómo hacer un museo de cercanía? Un museo que en vez de estar pensado para esa masa de público visitante, piense en las vecinas y los vecinos. Un museo más social, que no descuide su carácter artístico sino que a través del arte puede contener, generar espacios de encuentro, espacios de discusión y transformación. Un museo que se incomoda y se dispone a dar lugar a otros grupos -que no son los que habitualmente usan los museos- con sus producciones, sus necesidades, sus conflictos y sus deseos. 

Leyendo entrevistas anteriores encuentro dos ideas: una la de habitar el museo y la otra de pensar esta institución como museo de fronteras (el último museo nacional al norte del país). 

El lugar donde está ubicado este museo no es cualquier lugar. Está en una región declarada patrimonio de la humanidad y que es además una región de fronteras internacionales. Entre los pueblos fronterizos -como La Quiaca y Villazón- existen alianzas, intercambios y también conflictos. Las fronteras políticas, consecuencia de las relaciones de poder entre estados que tienen sus centros operativos en ciudades lejanas, politizan la vida de los habitantes locales. Las fronteras unen y separan. Habitar la frontera es aprender a habitar un territorio de paradojas. La necesidad de ser parte de una identidad nacional entra en conflicto con una región cultural, un paisaje común muy anterior a las fronteras políticas. En estas zonas la cuestión de la cultura y la identidad está presentes en casi todas las conversaciones y disputas, son lugares donde podemos ver de manera más clara que la cultura y la identidad son construcciones complejas, dinámicas y contradictorias, que nos definimos en relación con otros, a veces muy parecidos a nosotros, de quienes nos vemos forzados a diferenciarnos. Como dice Ana Camblong, atravesamos las fronteras y las fronteras nos atraviesan. 

El primer director del Museo Terry, Leonardo Pereyra, ya abordó esta cuestión a mediados del siglo pasado trabajando, por ejemplo, con las representaciones de las infancias en las escuelas de frontera. Conocer este trabajo para mí fue inspirador.

¿Esto de “habitar” los márgenes del país te da más posibilidades de juego? ¿Te da como cierta libertad estar en la frontera?

Yo creo que esta condición fronteriza le da al Terry una particularidad y una potencia. Elegimos situarnos en esta característica y desde allí hacer. Es un relato… siempre hace falta un relato que ordene y dé sentido. Además los museos se dedican a presentar relatos y legitimarlos. No es algo malo sino una decisión política que podés asumir o no, pero que siempre está. En general los museos presentan los relatos de los vencedores, los que ganaron el centro: de la historia, del sistema del arte, de la historia, del saber. Elegimos presentar, en cambio, un relato parado en las fronteras, políticas y simbólicas. Eso es, por lo menos, plantear un debate. Es usar el aparato “museo de arte” para amplificar otros modos de hacer y de pensar el museo y el arte. Contar que acá hay saberes que no están en los currículums escolares y que se transmiten de forma oral, que hay otras formas de hacer arte vinculados a lo comunitario, lo rural, el calendario agrícola, las ceremonias, y contar que hay un saber propio de quienes habitan cotidianamente la frontera, esta “periferia” llena de paradojas, tensiones y contradicciones. Aprovechar el hecho de que somos un museo nacional y que eso nos da cierta visibilidad, para intentar que lo que hacen y saben los distintos grupos de estas comunidades y sus formas de producir arte, interpelen los discursos centrales y ese mundo del arte del cual no queremos ser parte así como es, pero sí queremos disputarlo.

Es un arte muy viviente.

Si, hablo de un arte vivo que a cualquier persona que viene de viaje le llama la atención inmediatamente y se pregunta ¿acá son todos artistas? Y sí, en ciertos momentos del año, la mayoría de los tilcareños hacen música, bailan, arman grandes cuadros con semillas o modelan ofrendas de pan. En Semana Santa, una gran cantidad de personas del pueblo toca el sikus mientras peregrina hacia Punta Corral o en carnaval salen a bailar con las comparsas o con sus cajas para cantar en las rondas de coplas. Esas formas de vivir el arte tienen particularidades muy especiales. Son colectivas y participativas, tienen relación con calendarios agrícolas o religiosos y, en general, están dirigidas a personas no humanas: las bandas de sikus tocan para la Virgen, las ofrendas son modeladas para las almas, hay toques de erkencho para invocar a la lluvia. Son seres con los que se convive pero que no son estrictamente “humanos”, entonces no son “públicos” o “audiencias” como se piensa a los destinatarios del arte normalmente. 

Es un arte que se mueve en relación a otras narrativas o creencias

Exacto. De hecho, cuando estamos fuera de esas fechas, si le preguntás a esas personas si se consideran escultores o músicos, es muy probable que te respondan que no, porque tienen otros oficios. Sin embargo, en esas fechas tocan, cantan, modelan ofrendas, y lo hacen con una convicción y una sensibilidad estética muy notables. Todo eso queremos contar desde el Museo. Queremos contar que hay otras formas de hacer arte, que son formas sumamente sociales porque en ese hacer artístico la comunidad se está haciendo también a sí misma, está haciendo una especie de mantenimiento del tejido social y del vínculo con el entorno y las demás formas de existencia. A través del arte se ponen todas las cosas en su lugar. 

Hay una impronta de quien lleva el nombre del museo. Me refiero al pintor Terry y su vínculo con el arte, su producción y la vida de Tilcara. 

Cuando conocés la biografía de Terry te preguntás cómo hizo este tipo para hacer tantas cosas a comienzos del siglo XX. Me encanta su historia. Él fue parte de una élite cultural, política y social argentina. Su padre fue un importante político de finales del siglo XIX, ministro de Roca y de Sáenz Peña. Terry es el único hijo varón y nace Sordo. Yo me imagino que su familia puede haber pensado que su discapacidad era un impedimento para seguir la carrera política del padre. Lo mandan a estudiar pintura a Europa. Allí se forma como artista, pero también encuentra su propia carrera política. En Europa conoce la Lengua de Señas, observa que los Sordos se reúnen, se agrupan y hacen asociaciones. Entonces cuando vuelve funda la primera asociación de personas Sordas de Argentina, la ASAM. Empieza a promover el uso de la Lengua de Señas y se convierte en un referente, un líder de la comunidad Sorda. 

Cuando llegué al Museo los trabajadores me contaban que cada tanto venían personas Sordas para conocer la casa y ellos no estaban preparados para recibirlos. Por toda esta historia, en el 2021 contratamos a Romina, que es una persona Sorda de familia tilcareña y a Mariana, que es intérprete de LSA y con ellas armamos un equipo para vincularnos con la comunidad Sorda y desarrollar un plan integral de accesibilidad. Hoy todos los trabajadores del Museo se forman en Lengua de Señas de manera permanente. Trabajamos junto al hospital de Tilcara con infancias Sordas. Hacemos contenidos en LSA junto a Paka Paka. Capacitamos a agentes de otros organismos públicos del pueblo. Y empezaron a venir más personas Sordas al Museo. Me da la sensación que estaban esperando que se active este lugar para ellos que, de algún modo, lo sienten como un monumento de su cultura, la casa de uno de sus próceres.

Terry fue muchas cosas. Un gran interventor artístico y social…

Terry fue un pintor, fue un artista que hizo exposiciones en distintas ciudades del mundo, transformó su casa en un museo, fue un referente de la comunidad Sorda que creó y presidió durante muchos años la Asociación ASAM, creó y presidió el primer club deportivo de la Quebrada de Humahuaca. Hay que decir que todo esto lo hizo junto a su esposa, Amalia, quien era una gran gestora y además era su intérprete. Ella gestionó mejoras para el Club y un sistema de becas para estudiantes de las escuelas primarias de Tilcara, entre otras cosas. Evidentemente eran parte de una aristocracia que ya no existe: una aristocracia con una sensibilidad social.

¿Cómo pensaste la gestión en este museo?

Cuando asumí, en marzo del 2020, había un equipo de solo once personas que cumplían todas las tareas: limpieza, vigilancia del ingreso y funciones técnicas. Junto a la secretaria nacional de Patrimonio les contamos las ideas que teníamos. Al día siguiente los trabajadores y trabajadoras del museo hicieron una nota que decía “no queremos que el museo se vuelva un centro cultural”. Pensé mucho en esa reacción y en qué significaba para ellos esa diferencia entre ser un museo o ser un centro cultural. A decir verdad, me angustié un poco con esa reacción. Pero fue un desafío que me hizo crecer: pensar qué es lo que hace que el museo sea un museo y no un centro cultural, cómo volverse un espacio cultural vivo, con despliegue territorial, usado de diversas formas por distintos grupos de la comunidad, pero sin perder la identidad “museo”. Creo que en estos años encontramos algunas respuestas a esas preguntas, que tienen que ver con el trabajo de investigación, preservación y divulgación del patrimonio del Museo y de desarrollo de programas y exhibiciones que no estén descolgados, sino que articulen con la colección, con la muestra permanente, los valores y la historia de la familia Terry. Creo que funcionó porque hoy los trabajadores están muy motivados e involucrados con este proyecto. 

¿El archivo está en este museo? 

Sí, está acá. El año pasado pudimos concretar el registro y el alta patrimonial de un fondo documental de más de cuatro mil doscientos documentos y fotos. No es muy común eso. Es un archivo que había sido donado por la Fundación Terry hace algunos años. Los trabajadores ya conocían esa documentación, pero este trabajo nos permitió un conocimiento más profundo y un conocimiento nuevo, porque los archivos dicen cosas diferentes según quién los lee, con qué mirada, en qué momento, qué se busca y qué relaciones se establecen. Aparecen cosas del pasado que te reinician el presente y te permiten entender las cosas de otro modo. 

En ese archivo había más respuestas…

Sí, los archivos se reescriben cuando les hacemos nuevas preguntas. En el 2020 comenzamos a trabajar sobre este archivo con distintos investigadores e investigadoras y los resultados de este trabajo se volvieron muestras y publicaciones. Encontramos información muy valiosa sobre el rol que ocuparon las mujeres de la familia Terry, el vínculo entre el Museo y el Club, la creación del museo en 1948 durante la democracia, los trabajos realizados por niños en las escuelas de frontera en el año 1964 y la figura de Pereyra, que fue el primer director del Museo y un visionario. Ahora estamos por sacar un libro con su historia. Su padre se llamaba Liborio Pereyra: un inmigrante boliviano que vino a finales del siglo diecinueve y se afincó acá en Tilcara. Se casó con Irene Tejerina -tilcareña hija de bolivianos- y compraron esta casa frente a la plaza donde instalaron una tienda de ramos generales. Liborio se volvió una figura pública muy importante: fue uno de los primeros comisionados municipales, participó de la creación de la Biblioteca, el primer hospital de Tilcara, hizo mejoras en la plaza y en 1922 le vendió parte de su casa a Terry, quien años después la terminaría convirtiendo en este Museo. Ahí tenés otra vez la frontera atravesando la historia del Museo.

Y después el hijo de Liborio termina siendo el director.  

El hijo de Liborio termina siendo el primer director. Leonardo Pereyra era farmacéutico, grabador, dibujante, ceramista, gestor y un gran fotógrafo. Fue parte de la creación del Museo y de la Asociación de Amigos de Tilcara. Fue un tipo increíble. Esto de sacar el Museo a las escuelas rurales, por ejemplo, ya lo hizo Pereyra hace setenta años. Y tuvo la visión de guardar esos dibujos en el archivo del Museo. 

¿Cómo es tu relación con Terry? Más allá de tu figura como gestor cultural ¿Hay algún tipo de vínculo afectivo con su obra? ¿Te interesa su arte? ¿Te conmueve?  

Empecé a conocer en detalle la obra y la historia de Terry y de su familia cuando me convocaron del Ministerio de Cultura de la Nación para dirigir el Museo. Su obra tilcareña me parece un registro muy claro de la manera de pensar, de ver y de representar la cultura quebradeña que tenían quienes conformaban esa escena artística e intelectual de comienzos de siglo XX de la que Terry fue parte, con Ricardo Rojas como una de las figuras más significativas. Terry, Boggio, Ramoneda, Bermúdez, Gramajo Gutiérrez y otros pintores de esa generación, que salieron de las grandes ciudades a recorrer el noroeste argentino, dejaron plasmada en su obra una mirada sobre ese otro y una intención política: la de ampliar la definición de la cultura y la identidad nacional. Cien años después, el tema de la identidad, el encuentro entre visitantes y habitantes y el impacto que tiene en sus vidas, las costumbres y lo nuevo, las migraciones, la representación del otro, la tensión entre los centros metropolitanos y las zonas fronterizas, siguen siendo cuestiones que atraviesan la vida en la Quebrada. ¿Cómo va transformándose, inevitablemente, la cultura? ¿Qué cosas queremos conservar y cuáles que se modifiquen? ¿Hasta qué punto es posible capturar o “gestionar” algo tan inmenso como la cultura? Tenemos un siglo de diferencia, tenemos otros marcos de referencia, otras formas de formular las preguntas, los paradigmas del arte y de las ciencias han cambiado, sin embargo los temas que nos apasionan y que ensayamos, siguen siendo prácticamente los mismos.